William Wyler (Mulhouse hoy Francia, entonces Alemania, 1 de julio de 1902 - Los Ángeles, 27 de julio de 1981) se trasladó a los Estados Unidos en 1921 y fue un prolífico y sobresaliente director de cine, tres veces ganador del Premio de la Academia.
Wyler dirigió películas de todo tipo, sin ningún tipo de tema que fuera su marca personal en el cine. Pero sus películas estaban siempre bien hechas, resultaban bellas y su forma de rodar era reconocible, incluyendo innovaciones como la profundidad de campo (luego usada por Welles). Era conocido por realizar decenas de tomas de cada una de las escenas de sus películas, y por exigir gran control sobre la historia, las localizaciones y el personal de cada producción. Por ello es dudoso afirmar, como se hace, que Wyler, como Michael Curtiz, no tuvo su propio estilo particular. Hoy se le incluye entre los directores de cine más valiosos.
Su naturaleza meticulosa y su atención al detalle fueron efectivos, y logró tanto el éxito popular como el de crítica no especializada. No construyó un conjunto de intérpretes como Capra, Sturges o Ford. Orson Welles le llamaba burlonamente un "brillante productor", pero más bien era un 'director-de-estudio' que supo trabajar muy bien y controlar las imposiciones de los estudios.
Durante unos años ha sido un director no bien considerado. Seguramente el peso de la crítica francesa (Cahiers su Cinéma, Positif), que destacaban mucho a John Ford, Howard Hawks, Nicholas Ray o al propio Welles, que influyó con su desdén por Wyler en el crítico americano Andrew Harris (publicaba la edición inglesa de Cahiers). Así que The American Cinema (libro de Harris) se sumó a las voces sectarias al respecto de esas por lo demás excelentes revistas.
Ahora bien, en contra de muchos de sus coetáneos, André Bazin (1918-1958) —un crítico tan importante, creador de Cahiers du Cinéma, autor de un Orson Welles—, señaló, en un gran texto sobre Wyler, cómo no era difícil reconocer su personal firma, al igual que sucedía con las películas de Lang, Ford o Hitchcock. Su ética de la puesta en escena, su personal ascesis, lograda con un trabajo riguroso con los actores (que expresan precisamente la acción), logró un gran "cine-escritura". El cine puro, decía Bazin, existe en muchas combinaciones narrativas, no es una materia independiente y aislable: "el cine es más bien un estado estético de la materia", y nadie ha sabido "contar mejor una historia en 'cine'" que Wyler.
El Festival Internacional de Cine de Berlín le dedicó una retrospectiva en 1996, y poco a poco, pese a la ausencia de bibliografía francesa, se está siguiendo la senda valorativa de Bazin.